En tiempos no muy remotos las gentes de la región creían que extraños dioses gobernaban el universo, más cuando la tradición de los abuelos enseña estas historias con las recomendaciones de lo que debían hacer para adorar a las divinidades, es toda una «religión» o idolatría; el culto es indispensable hacerlo para recibir bendiciones y favores de lo contrario los dioses se enfurecían y mandaban castigos insospechados a la gente.
Los temblores dejaron solo ruinas entre las gentes, la fumarola del volcán se elevó hasta el infinito como un gigante amenazador. De sus vidas no se supo, y los que sobrevivieron recordaron el cueto de que “por infieles el galeras se ponía bravo” y pidieron perdón.
El Volcán es su dios y tenían que agradarlo y recordaron que debían ofrendarle un guagua auca, es decir un niño recién nacido y sin bautismo, el que debían botar vivo por su cráter para que este se apaciguara.
Partieron de Chaucha, los mayores con varios guaguas (bebes) entre brazos, llegaron al Guaitara, subieron el Cariaco, llegaron al GALERAS, arrojaron a sus hijos al fondo del volcán al darle sus ofrendas y como por encanto este se dejó de rugir y de temblar, se calmó porque los indios volvieron a creer en él , desde ese entonces El Galeras no ha vuelto a molestar.
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