En esta región poblada por los Guitaros, familia de los cencas, vivieron algunas no muy ricas y pudientes, pero fieles a su tradición cumplieron con visitar a calimas y quimbayas y de estos aprendieron a amasar el oro que moldeaba con habilidad asombrosa y elaboraron sus joyas y colares.
Estos trashumantes recorrieron miles de kilómetros y mercadearon con los incas de Perú y Bolivia, y conocieron de la magia algunos secretos como transformar el oro en tierra bruta. Cuentan que a la llegada de «los blancos» creyéronlos sus dioses los concitieron y alabaron, pero con los años se dieron cuenta que no eran sino bandidos explotadores y que les quitaban sus riquezas por lo cual decidieron enguacar sus fortunas que no eran para hombres sino para sus dioses y con su magia convirtieron inmensas cantidades de oro en montañas del Azuay.
Como venganza contra los ambiciosos blancos que buscaron sin suerte los entierros, los indios dejaron un mago cuidador, que protegía la cuaca y evitaba como un espanto, la sacasen si la encontraban.
Los más conocedores del arte de la guaquería lo hacen con barras de azogue que obran como imanes e indican el lugar, no con mucha precisión, otros lo hacen porque dicen haber visto entre la tierra arder de azul el suelo y esto es señal de una guaca, otros saben por referencia los lugares que en forma de pequeños promontorios sospechosos son lugares de entierro de guacas y allí hacen las excavaciones. | Cuenta Don José Leyton que la lomita, punto de Guaitarilla, cerca al pueblo, fue con sus amigos a guaquear, con tan mala fortuna que se les apareció el fraile, viejo cura español al que los indios condenaron a cuidar la guaca por su desmedida ambición, este fraile levantó del hueco su cadavérica figura, hábito derruido y de con sus manos huesudas levantó un rejo y les castigó hasta dejar desmayados.